En los últimos días de 2018, me encontré en una situación en la que tuve el placer de presenciar un reloj de arena de los buenos. Un reloj de arena de aproximadamente unos veinte centímetros de alto por unos siete u ocho de diámetro, con ambas bases de mármol blanco macizo de aproximadamente un dedo de espesor y tres columnas metálicas que mantenían la estabilidad y solidez de todo el conjunto.
No conservo una foto de él, pero para que te hagas a la idea, me era prácticamente imposible darle la vuelta con una mano… y mis manos no es que sean pequeñas la verdad…
Durante el tiempo que estuve mirando caer la arena, me di cuenta de algo a lo que no le había prestado atención hasta ese momento.
Los anteriores relojes de arena a los que había tenido acceso eran los típicos que incluían los juegos de mesa; relojes pequeñitos, de arena blanca, con las dos tapas de colores en cada lado y un cilindro de plástico transparente alrededor del cuerpo del reloj de arena propiamente dicho.
La arena en estos relojes cae de forma aparentemente homogénea -tampoco hay ni altura ni ancho suficiente seguramente para apreciar lo contrario- y el tiempo máximo no pasa de algunos segundos o minutos, pero en uno más grande la cosa varía ligeramente.
En el reloj del que os hablaba al principio, la arena caía encima de la arena ya presente en la parte inferior e iba generando una pequeña montañita. Esta montañita, a medida que caía más arena de la parte superior, sufría pequeños deslizamientos que iban agrandando su base. Hasta ahí parecería que relojes pequeños y grandes se parecen, hasta que prestas atención realmente a lo que ocurre dentro…
Dentro del reloj grande, los deslizamientos y la dirección de éstos se veían influenciados por las ligeras variaciones en las que la arena cae. Al tener más distancia se observa como la arena que cae, no lo hace en la misma dirección sino que ésta va cambiando y hace que la acumulación de arena en la parte inferior vaya creciendo de forma irregular.
Para los que seáis un poco viejunos o simplemente hayáis visto Jurassic Park, es algo parecido a lo que explica el profesor Ian Malcom sobre la teoría del caos y la dirección de las gotas de agua encima de la mano. Si no eres viejuno, no has visto la película o quieres rememorar la escena, te dejo el fragmento a continuación:
Pero volviendo a la arena y los relojes, podrías pensar que una vez establecida la dinámica de deslizamientos de tierra y variaciones en la dirección en la que cae la arena, simplemente se rellena el receptáculo inferior del reloj y basta, pero no es así, al menos no en el que tuve delante hace unos días. En ese, llegado el momento en que la montañita alcanzaba una altura significativamente mayor a la de su base, un pequeño terremoto sacudía el reloj de arena y ésta se repartía por toda la superfície.
Más allá del momento de focalización o Mindfulness (o como lo quieras llamar) que puede provocar el movimiento del reloj de arena en sí, en mi opinión parecido al que puede provocar una hoguera o cascada, el momento me recordó a algo que en su día me dijo mi maestro de Aikido, Alejandro Bosch:
“En la vida a veces hay que saltar.”
Me acuerdo que en el momento en el que el maestro nos dijo esto, llevábamos un largo tiempo practicando para los exámenes de grados altos (cinturones azul, marrón, negro…), nos hizo parar, sentar y escuchar durante un buen rato su reflexión.
Muchos de nosotros habíamos dedicado un largo tiempo a estudiar los principios del Aikido, los movimientos, técnicas, incluso las articulaciones y anatomía humana en general para comprender la mecánica de este arte marcial. Pero con tanto estudio y práctica, se nos había olvidado sentir y moverse en base a lo que te dice tu cuerpo y el de los demás, se nos había olvidado leer al otro, entender lo que comunicamos cuando no comunicamos… y, como decía el maestro, a veces hay que soltarse y hacer lo que uno considera que debe hacer sin técnica, guía o norma, en resumen:
“Saltar”
De esta manera se puede crecer, evolucionar, comprender los misterios del nivel correspondiente y afrontar cualquier prueba, examen o test con la tranquilidad que se trata de una celebración del que ya hace tiempo no necesita las ruedecitas para andar en bici y decide dejarlas atrás.
La reflexión, mucho más profunda de lo que nunca podré expresar, también tenía su dedicatoria a aquellos que querían “saltar” antes de acumular la experiencia y el conocimiento necesarios:
“Aquellos que saltan sin una buena base se pegan una buena hostia al caer.”
NOTA: Estoy seguro que Alejandro nunca dijo esto en clase, pero mi interpretación del significado de sus palabras sería esta.
La reflexión del maestro me vino a la mente observando caer la arena porque enlacé el concepto que nos transmitió con la forma en la que se acumulaba la arena al caer. Trabajar en una misma dirección puede hacer que pierdas la perspectiva y que en un momento dado necesites saltar, para que el resultado de todo ese trabajo impacte en todas las vertientes de tu vida.
Para aprender, las guías y los mapas son necesarios, pero llegados a cierto punto es importante saber crear y dejar de seguir el camino de otros para empezar a crear el tuyo propio.
Ese bendito momento en el que las guías te dicen que lo estás haciendo mal que por ahí no, que es arriesgado….
Pero no sabes porque tu cuerpo y tu intuición te dicen que si que así es, te olvidas de reglas y acabas haciendo lo que te sale de los cojones (con esa previa base claro) yo lo llamo cojones terapia…
Y suelo pensar, ahora que he aprendido lo que tenía que aprender de esto… Veamos que me puede enseñar la realidad
Lo cierto es que es muy divertido el caos…
Siempre consigue saltarse las reglas de cualquier sistema y esto hace la vida muy ibteresante…